17.2.05

la hora del té (sin ti)

una ha descubierto un nuevo rasgo propio: la cabezonería.
es algo tan inútil como la capacidad de tocarse la lengua con la punta de la nariz (en ese orden exacto, talento del que carezco), pero la cabezonería aporta más glamour (gracias a dior):
una puede lucir sombreros dignos de ascott y padecer místicas jaquecas,
así como toparse tantas veces como sea necesario con el error ajeno (necesario para paliarlo o bien para hacerse consciente de su cabezonería).
y esa cabezonería la lleva a llegar siempre antes de tiempo: un espacio aproximado entre diez minutos y cien años (de soledad, of course) que permite saber exactamente lo que va a pasar sin poder hacer nada por evitarse, por conseguir que pase. y a tener la frente despejada (nuevo flequillo ayuda) para poder tatuarse en ella: "consumir preferentemente después de que le apetezca ser consumida".